“Invisibilidades y violencia”, un texto de Sònia Moll en el dia de lucha contra la LGTBIfobia.

«La gente que vive en el centro de los privilegios, en una situación no cuestionada constantemente, no tiene ni idea de la valentía que requiere (…) construir discursos de empoderamiento y continuar toda una vida al margen.»
Bárbara Ramajo (idemTV)

Cada 17 de mayo nos levantamos con las cronologías y los muros de las redes sociales llenos de manifiestos, artículos y noticias contra la LGTBIfobia. También me apunto y lo agradezco. Es un grito necesario, no solamente porque queremos que la sociedad heterocisnormativa y patriarcal sepa que no bajaremos la guardia mientras continúen las agresiones lesbófobas, homófobas y transfóbicas, sino porque necesitamos el grito para expulsarnos del cuerpo estas violencias, para conjurarlas y para defendernos.

Tanto si las sufrimos en primera persona como si no, estas agresiones (físicas, psicológicas, evidentes o sutiles) nos atraviesan de una manera radical. ¿Qué hay más violento que negar al otro la posibilidad de ser? ¿Qué hay más violento que borrarle la presencia, coartarle las expresiones de deseo y de ternura, inocularle el virus del autoodio y la vergüenza? ¿Qué hay más violento que no permitir que una persona sea quien es y expanda todo cuanto puede llegar a ser?

En Cataluña tenemos una ley contra la LGTBIfobia y también una percepción social negativa, bastante generalizada, de las actitudes y acciones LGTBIfóbicas. No queda bien ser lesbófobo, homófobo o transfóbico. No queda progre. Y eso es bueno, porque impide que el odio campe libremente y con impunidad; pero también esconde las violencias más sutiles y a menudo favorece la negación de la LGTBIfobia interiorizada. Todo el mundo tiene un amigo gay, una colega lesbiana o un compañero o compañera de trabajo trans, y con eso parece que ya es suficiente para no plantearse ni siquiera la posibilidad de revisar, aunque sea de vez en cuando, nuestras actitudes respecto a la diversidad afectiva y sexual. Quizás descubriríamos, si nos pusiéramos, que alguna parte de nosotros se sentiría más cómoda si esta diversidad no existiera, y comprobaríamos que a veces, sin darnos cuenta de ello, pedimos al otro que no se haga visible, que no se le note, que no nos hable. Le pedimos que no sea.

Imagina ahora que le comentas a un conocido o conocida (quizás casualmente, sin querer darle una relevancia especial, o quizás con gravedad y trascendencia, porque para ti es importante, o porque te cuesta, o simplemente porque te da la gana, porque tienes todo el derecho del mundo a vivirlo como puedas y como quieras) que eres lesbiana, que tienes una novia o una amante o una enamorada platónica. Imagina que la respuesta inmediata es una cosa así como «A mí no me importa con quién te vas a la cama», y que se cambia de conversación. La lectura más evidente (más superficial, de hecho) de esta respuesta es que el interlocutor te quiere manifestar que no es lesbófobo o lesbófoba, que no tiene ningún problema con tu opción sexual. El tema, sin embargo, es que cuando compartimos un aspecto tan importante para nosotros como es la vivencia afectiva y sentimental, lo que queremos es que a la otra persona sí le importe, y que le importe mucho, y eso quiere decir que quiera escuchártela, acogértela, darle un espacio junto a la suya. Intentad decirle a una amiga heterosexual que viene la mar de contenta a explicaros que ha encontrado al hombre de su vida: «Eh, que a mí no me importa con quién te vas a la cama», y cambiáis de conversación. Se hará evidente que le estáis comunicando que podría ser un problema para vosotros, es decir, que ser heterosexual es susceptible de ser problematizado, y que nosotros somos tan progres y tan postmos que os perdonamos la vida y os dejamos ser. Ahora, que tampoco hace falta que os visibilicéis tanto, que tampoco es tan importante con quién follas o de quién te enamoras.

Pero es evidente que sí es importante, cuando la heterosexualidad es la norma y cuando transgredir las imposiciones de género se castiga socialmente con rechazo, agresiones o burlas. Por eso cada 17 de mayo, de la misma manera que denunciamos la violencia verbal, las agresiones físicas, los insultos y las amenazas contra las personas LGTBI, no queremos olvidar que el aislamiento, la invisibilización obligada, los «por qué te visibilizas tanto», son también formas de violencia muy peligrosas, porque niegan a las personas LGTBI la posibilidad de ser, las borra del mapa social y las condena al ostracismo. Visibilizar el afecto no heterocisnormativo es, por lo tanto, una acción política de defensa contra la violencia sutil y disfrazada de buenismo y tolerancia que nos querría borradas y negadas. Porque, como ya dije un día, si no se ve, no es, y, si no es, no estoy, y, si no estoy, no soy. Y, si se ve, es, y, si es, estoy, y, si estoy, soy.

Artículo de Sònia Moll, publicado en catalán en La Directa el 17 de mayo de 2017

Publicado en el libro recopilatorio de sus artículos: La serpiente. Artículos de desobediencia, de Sònia Moll,. Godall Edicions 2019, traducción de Neus Aguado.

 

 

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