Epifanía

Emilia-recitant-227x227Lo que nos enamoró de la poesía de Emilia Conejo, desde el primer momento, fue su feracidad, su libertad, su audacia y su libertad. Así, todo junto, en un mismo plano. Un todo inseparable de imágenes y ritmos frondosos que visten sentimientos y conceptos. Por eso decidimos publicar su Minuscularidades e iniciar con él la colección “Alcaduz” de poesía en lengua española.

El pasado martes 29 por la tarde, rodeados de amigos (gracias por venir, colegas de Difu, y también gracias, amigas y amigos fieles de Godall Edicions), tras las palabras de presentación, útiles y exactas, de Josep Bernaus, Emilia nos desveló una pequeña muestra de sus poemas. Los verdoso fueron desfilando poco a poco, acompañados de las notas prodigiosas de la guitarra de Rainer Seiferth,  y la librería Documenta se llenó de arena, de libélulas y de caracolas con alas de canela. Se  detuvieron las agujas de los relojes, crecieron palmeras entre las estanterías, un avión que se peinaba las alas cruzó volando el techo y nosotros cantamos la oración a la diosa Ahora, con los pies descalzos y nidos de golondrinas en la cabeza. De pronto, una bailarina con muletas atravesó entre las filas de sillas del público y cuando todavía nos preguntábamos si había salido de un poema de Brossa o de un cuadro de Magritte, asistimos, hipnotizados, a la frenética danza de la doncella y la muerte y nos compadecimos del pobre náufrago enamorado.  Entonces entendimos que Emilia, con este universo abigarrado, nos había revelado los miedos y las vivencias de la madurez, las obsesiones de la vida sin pausa y el vértigo y la necesidad de la escritura.

Cuando cayó el telón, la aplaudimos porque queríamos más, embriagados de palabras.

Y  con el vino de Centre Quim Soler brindamos con la alegría y la certeza de haber asistido a la epifanía de una gran poeta.

Nota final:

 Que en un tiempo no muy lejano yo fuera autora de materiales didácticos y Emilia mi editora (dura, rápida y precisa como un láser, y al mismo tiempo respetuosa y cálida como una taza de té) y que aquel día en la Documenta tuviéramos los papeles cambiados: yo editora (novata, aprendiz, nerviosa) y ella autora (nerviosa también, pero contundente y con aplomo) daba al acto un toque especial.

 Paradojas que la vida felizmente nos ofrece.

 

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